"Lobo jabalí" Ilustración por "Devotio Ibérica" |
Érase una vez... Una bestia monstruosa que atormentaba a un pueblecito, cuyo nombre ya ha sido olvidado por el paso del tiempo. Algunos testigos que vieron a la fiera decían que era un lobo y otros un jabalí, aun esa diferencia todos concretaban que su tamaño era enorme y que sus ojos brillaban en la oscuridad de un rojo sangre intenso. No había noche en la cual la bestia no hiciera alguna maldad, ya fuera destrozando el conreo o bien matando el ganado, parecía que actuaba de este modo por algún tipo de “inteligencia malvada”, ya que jamás comía el grano o la presa. No fueron pocos los cazadores que, equipados con los mejores fusiles y escopetas y acompañados de fieros perros, intentaron sin éxito alguno cazar la bestia. Hablaban los cazadores de como habían disparado a la bestia y esta ni se inmutaba, no chillaba de dolor, ni tampoco dejaba rastro alguno de sangre, y además mataba con suma facilidad sus canes, por ello decían, que era algún tipo de “ser infernal”. Todo el pueblo estaba desolado ante tal perspectiva de futuro, pensaban que nada se podría hacer, que deberían irse a otro lugar con la esperanza de que esta “maldición” no les persiguiera allí donde fueran.
Un día, en el pueblo apareció un joven, cargando en su mano derecha una lanza, la cual, todos los presentes miraban con atención, pues su brillo era extraño, los destellos que lanzaba por el reflejo del sol eran como los rayos de la luna, y parecía hecha de algún tipo de plata. El joven se presentó sin decir su nombre, de forma muy educada dijo a los allí reunidos que venía a cazar la bestia, la cual era portadora de desdicha. Un anciano del pueblo se acercó, era el alcalde, le preguntó sobre qué ingenio usaría para matar a la bestia. El chico contestó que solo necesitaba de su lanza y la oscuridad de la noche. Nadie del pueblo podía creer que lo consiguiera.
Llegaba la noche y el joven alertó que saldría de caza, pero les pidió a cambio que se fueran todos para sus hogares, que cerraran todas las puertas y ventanas y que no salieran de sus casas hasta llegado el amanecer. Todos los habitantes del pueblo juraron quedarse encerrados hasta la mañana siguiente. Dicho esto, el joven partió hacia el ya oscurecido bosque.
Durante esa noche se oyeron ruidos terribles, lamentos que parecían salidos de otro mundo y que repicaban en el eco de las montañas con la fuerza de un trueno. La gente esa noche no durmió, pues, todo ese estruendo despertaba miedos ancestrales y un extraño sentimiento de malestar. Cuando ya quedaban unas pocas horas nocturnas los extraños y terribles sonidos se fueron apagando y la calma empezaba a reinar en el lugar, al asomarse los primeros rayos del sol la gente empezó abrir las ventanas y salían tímidamente de sus casas. En la plaza del pueblo encontraron al joven, esperándolos, con la mirada serena, y en sus manos portaba la cabeza enorme de una bestia, algunos les pareció un lobo, otros un jabalí. El joven se dirigió con voz tranquila al pueblo, les dijo que ya nada tenían que temer, que la bestia estaba muerta. Todos estaban asombrados por tal gesta, no podían creer que una persona tan joven y con solo una lanza hubiera logrado aquello que cazadores experimentados y con armas sofisticadas no pudieron. El anciano alcalde se acercó al joven, le preguntó que recompensa quería por sus servicios, pero él rehusó cualquier oferta, pues era “su deber y su destino matar la bestia” y añadió, “hay cosas en este mundo que escapan de vuestro conocimiento, pues no pertenecen a este lugar, y si solo confiáis en vuestras armas jamás los venceréis, hace falta algo más” dicho esto el joven partió y nunca más se supo de él.
Fin.
Durante esa noche se oyeron ruidos terribles, lamentos que parecían salidos de otro mundo y que repicaban en el eco de las montañas con la fuerza de un trueno. La gente esa noche no durmió, pues, todo ese estruendo despertaba miedos ancestrales y un extraño sentimiento de malestar. Cuando ya quedaban unas pocas horas nocturnas los extraños y terribles sonidos se fueron apagando y la calma empezaba a reinar en el lugar, al asomarse los primeros rayos del sol la gente empezó abrir las ventanas y salían tímidamente de sus casas. En la plaza del pueblo encontraron al joven, esperándolos, con la mirada serena, y en sus manos portaba la cabeza enorme de una bestia, algunos les pareció un lobo, otros un jabalí. El joven se dirigió con voz tranquila al pueblo, les dijo que ya nada tenían que temer, que la bestia estaba muerta. Todos estaban asombrados por tal gesta, no podían creer que una persona tan joven y con solo una lanza hubiera logrado aquello que cazadores experimentados y con armas sofisticadas no pudieron. El anciano alcalde se acercó al joven, le preguntó que recompensa quería por sus servicios, pero él rehusó cualquier oferta, pues era “su deber y su destino matar la bestia” y añadió, “hay cosas en este mundo que escapan de vuestro conocimiento, pues no pertenecen a este lugar, y si solo confiáis en vuestras armas jamás los venceréis, hace falta algo más” dicho esto el joven partió y nunca más se supo de él.
Fin.
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