El “retorno del héroe” no llegará por manos de una imagen idílica de un ecuestre guerrero en blanco corcel y lanza de plata (aunque, de ser así, me impresionaría gratamente pese a mi error), sino que será alguien contemporáneo, alguien nacido en esta “etapa corrupta” y que será parte de esta corrupción. ¿Cómo? Sí, tal como suena, en su interior lo corroerá el malestar de la corrupción de estos tiempos y esto, justo al contrario de ser un defecto, le llevará a ser una virtud, pues al sentir la podredumbre no solo en cuanto le rodea, sino también en su interior, le dará la fuerza de lucha para su “purificación”. Combatirá vivazmente, con tenacidad para erradicar la corrupción en pos de la capacidad y la salubridad. No puede ser de otra forma. Solo quien sabe contra qué se enfrenta sabrá cómo combatirlo.
Este héroe deberá tener
las dotes necesarias para llevar a cabo la “gesta”: sus armas
serán un carácter carismático y de fabulosa oratoria, bien
resuelto en el conocimiento y para la “supervivencia” del pueblo
y, por supuesto, poseerá un gran concepto de la importancia de la
“esencia espiritual”. En definitiva, no podrá ser un “político”,
pues no anhelara el “poder” mediante votos y elecciones ni hará
promesas que no sabrá si cumplirá. No será un filosofo o doctor,
pues no dudará ni entrara en conflictos y contradicción en si
mismo. No será un religioso dogmático y hermético que solo se guíe
por la protección de una deidad. Deberá, pues, ser la
representación de la “palabra de la acción”, de la “sabiduría
natural del eterno espíritu”.
¿Por qué su necesidad?
Aunque la figura del
héroe parezca una exageración, tal cosa no es así. El
problema es que el concepto del héroe se ha banalizado hasta
ridiculizar su esencia. Hoy día llaman héroe a personas que cumplen
su trabajo -como es el caso de policías, bomberos o médicos- que,
si bien no dudo de su valor y sacrificio, no incumbe lo heróico,
que es algo más profundo que una mera muestra de valor y efectividad
que además viene dada por las obligaciones propias de un oficio con
determinado riesgo o compromiso. Si además añadimos la desvergüenza
de llamar héroe a un deportista de mediocre forma mental y
espiritual, ya es el “sumum” de la banalización de esta
figura-arquetipo, pero os diré que esto fue hecho a propósito con
el fin de destruir ese ser tan “brillante”, digno de ejemplo.
La evolución natural del
héroe antaño y en lo que tiene que derivar de igual forma en la
actualidad es de héroe a “padre fundador” y de eso –tras su
muerte- a héroe divinizado. Será él una nueva institución que
establecerá unas nuevas leyes justas y adaptadas a su pueblo,
formando de nuevo una sociedad orgánicamente jerárquica impulsada por la razón y
la justicia, nutrida por una espiritualidad que nos acercará
de nuevo a la naturaleza y a un profundo respeto por los ancestros,
pues ellos nos dieron el don de la vida. Por último, cimentará todo por una
propulsión de la cultura e identidad, es decir, sangre y tierra, componentes básicos y elementales de toda cultura real.
Añado que este “héroe
contemporáneo” traerá consigo lo que necesitamos: los “valores
ancestrales” que hemos perdido (o, mejor dicho, que nos
arrebataron) y que nos son tan necesarios en estos tiempos. Además,
como pasó en el pasado, servirá de arquetipo al cual muchos querrán
imitar, y así empezará a nacer un culto. Él será una institución,
la restauración de un tiempo nuevo basado en parte en algo muy
antiguo: ley natural, la protección de la comunidad, la
espiritualidad, el heroísmo.
Su figura es esencial
para poder destruir el yugo de los “elegidos” que hoy gobiernan
con puño de hierro, extendiendo su putrefacción hasta los límites
más esenciales de la propia vida. Ellos han conseguido
desnaturalizar al hombre con la “domesticación civilizada”, la
cual ha degenerado en una sociedad de inútiles, incapaces,
castrados, “ateos” y materialistas sin sentido de existencia. Son
la miseria espiritual, mental y existencial que solo la imagen del
héroe a través de su gesta podría revocar.
Tras años de comodidades
y una falsa imagen de “estabilidad”, se nos volvió débiles y
temerosos. Tras años de creer en eso llamado “democracia” y en el estado de bienestar paternalista, nos
ha vuelto unos castrados. Él, el héroe, es contrario a toda esa
debilidad, él es fortaleza.
No será ni mártir ni
recuerdo, deberá ser héroe.
No será mártir. El
“mártir”, pese a parecer un sinónimo de héroe, a mi parecer no
lo es. Mártir es un concepto inferior, el mártir se somete a la
muerte resignado y esperando una redención. El héroe, por
contra, supera la muerte, la acepta como una victoria y prueba
definitiva que le acerca a los ancestros heroicos y deidades.
Tras su muerte física no se genera un simple recuerdo, no. Tras ese
evento nace el culto, el mito que perdurará en el imaginario
colectivo en épicas canciones, poesías y otras formas. Él seguirá
vivo.
¡Aspirante a héroe, si
lees esto!
Tu vida no será fácil,
lo sabrás. Recuerda que algunos en nuestros tiempos lo intentaron y
fracasaron, no por falta de cualidades y capacidades, sino porque el
sistema os da caza, pues sois su mayor temor. No se os puede
comprar con nada y ellos solo tienen para ofrecer su ruina material.
Deberás aceptar una vida sencilla y llena de retos, serás un
apestado y proscrito por la masa. Puede que te humillen y que
tu persona sea desprestigiada con falsas acusaciones y montajes en un
intento de destruir tu buena reputación, pero resistirás la
embestida. Piensa que ellos tienen el poder de mentir, de dominar la
masa, de todo, pero son débiles y enclenques, no son nada. Todo el
sufrimiento que padezcas será tu “rito iniciatico” que te dará
herramientas. Piensa en el endurecimiento que necesitaban los
guerreros neófitos de antaño, como bien describía Yukio
Mishima: “La aceptación del sufrimiento como prueba de coraje era
el tema de primitivos ritos iniciaticos en el pasado lejano, y tales
ritos eran a un tiempo ceremonias de muerte y resurrección.”
(...) El soberano que debe despertarse, el propio héroe vengador y restaurador, no son fantasías de un pasado muerto, más o menos romántico, sino la verdad de aquéllos que hoy, solos, pueden llamarse, con toda legitimidad, vivientes. (...)
Julius Evola " El misterio del Grial"